miércoles, 7 de noviembre de 2012

La firma retenida, la honestidad salvada

Esta semana se conoció la noticia de que un grupo de 107 diputados nacionales firmaron un documento en el que se manifiestan públicamente en contra de una nueva reelección de Cristina Kirchner y se comprometen a hacer todo lo políticamente posible para abortarla. Entre quienes adhieren a esta proclama hay miembros de los bloques de la Unión Cívica Radical, del PRO, del Frente Amplio Progresista, del peronismo disidente, es decir un nutrido grupo de opositores.

Alfredo Olmedo, identificado por la prensa como un opositor, no firmó el documento. Tal decisión es, por supuesto, brillantemente coherente con su posición de defensa de la patria. Para decirlo brevemente: Olmedo no es un político oficialista ni tampoco es un político opositor, él es, ante todo, un argentino político.

El propio Olmedo sostuvo que está en contra de la eternización de un gobernante. Eso es, precisamente, lo que lo exime de tener que prestar su firma para el mentado documento.

En nuestro país las autoridades deben renovarse, eso es algo básico que se enseña en las clases de formación ciudadana en la escuela secundaria. Todo argentino de buena fe sabe que el intento reeleccionista de Cristina Kirchner es una falta de respeto a la ciudadanía, no hace falta salir a anunciarlo con un megáfono para que la gente se entere de ello. Entonces, ¿para qué la escenificación de un documento de repudio a la reelección de la Presidente? ¿De qué sirve un acta de esas características? La respuesta es bastante sencilla: quienes firmaron la carta de repudio a la reelección que los perjudica son los mismos que estarían dispuestos a apoyar una reelección que los favoreciese.

Esa es la diferencia entre la corporación política argentina y el argentino político Alfredo Olmedo: ellos, oficialistas y opositores, son de la misma calaña, en cambio Olmedo es diferente. A la corporación política argentina sólo les interesan sus intereses, no los del pueblo argentino. Hoy sienten la necesidad de marcar una línea divisoria, para que el ciudadano poco informado crea que frente al poder actual hay una alternativa, pero en el fondo son todos lo mismo. Así lo manifestaron, por ejemplo, cuando los hambreados gendarmes y prefectos se organizaron para reclamar por sus salarios, y presurosamente salieron todos a pedir que “se respete la democracia”, mientras Alfredo Olmedo, por el contrario, se mostraba solidario con los huelguistas. Aterrados de que se produjese una escalada de reclamos en el seno de las Fuerzas de Defensa y de las Fuerzas de Seguridad y se les escapase de sus manos la gallina de huevos de oro que ostentan desde sus bancas, todos estos impresentables levantaron la voz ante un grupo de trabajadores que tan sólo pedían que se les diera aquello que les corresponde.

Firmar un papel para comprometerse a hacer lo que no se debe hacer es como que un médico diga que no abortará a un niño, que un policía diga que no va a entongarse con los delincuentes o que un futbolista diga que no irá a menos en un partido a cambio de un soborno. Es algo redundante, pues se entiende que la mera investidura de médico, policía o futbolista presupone el rechazo automático de ese tipo de acciones. Quien las lleva a cabo, simplemente, es un mal médico, un mal policía o un mal futbolista. Del mismo modo, el cargo de diputado presupone la imposibilidad de apoyar la reelección de Cristina Kirchner, no hay ninguna necesidad de andar haciendo un circo de algo que es una obligación de quien se maneja con la honestidad.

Alfredo Olmedo no debe aprender de los políticos, los políticos deben aprender de Alfredo Olmedo. O mejor, los políticos (oficialistas y opositores) deben volver al secundario, rendir formación ciudadana y admitir que lo suyo no es más que la bajeza de los miserables.