sábado, 5 de enero de 2013

A cortar por lo sano

Olmedo, en Mar del Plata, lanzó una campaña para promocionar la castración de los violadores. Sin embargo aparecieron voces para repudiar la propuesta. Revisemos sus argumentos:

1. La castración en seres humanos es algo insólito y absurdo (aunque está perfecto que se castren animales).

La castración es algo que sucede todo el tiempo entre las personas. El cáncer de próstata avanzado es un motivo por el cual muchos médicos –a veces en contra de la voluntad del paciente– realizan intervenciones quirúrgicas sobre los genitales masculinos con el propósito de salvar vidas. En este sentido la castración no es algo insólito ni absurdo.
También en nuestro país comienzan a hacerse más frecuentes los casos de depravados que practican la apotemnofilia con sus penes o testículos, y los casos de pervertidos que, convencidos de padecer “disforia de género”, se mutilan ellos mismos (sería interesante hacer un relevamiento nacional para dejar constancia que, en la Argentina que se ha dejado pervertir por el elegebetismo, hay más aberrosexuales que antes dispuestos a autoinfligirse tremendo daño). En este sentido la castración si es insólita y absurda.
Castrar a seres humanos es algo sano si es un acto ejecutado por una autoridad en favor de la persona, mientras que es algo enfermo si la castración la realiza el propio aberrosexual con el fin de obtener placer o de mitigar su sufrimiento por sentir confusión en torno a su orientación sexual.
La castración de un violador, creo yo, está más próxima a la salvación de la vida que hace el médico que a la destrucción de la misma que hace el aberrado.

2. El violador castrado no cesa jamás en su intención de violar, por lo que aún con sus genitales anulados seguirá intentando hacer daño.

Esta afirmación es temeraria, pues es difícil de probar. Desde el principio supone que el placer del violador excede lo sexual. O sea un violador, al atacar a una víctima, no lo haría para satisfacer su deseo sexual, sino que lo haría por hacer daño. Lo que disfruta un violador –según este punto de vista– no es la gratificación genital, sino la sensación de poder e impunidad que confiere el delito de la violación.
Quienes enuncian este tipo de argumentos son las personas que no vacilan en tratar de “monstruos” a los violadores. Y, al ser monstruos, ya no son humanos, por lo que no queda posibilidad de redención para ellos. Entonces de allí es que castrar a un violador no sea visto como una solución útil, y se proceda a pedir penas mayores como la prisión de por vida o una visita al patíbulo.

El problema del argumento (1) es que confiere demasiada dignidad a los seres humanos, e ignora que lo que juzga como anómalo es, de hecho, algo común. El problema del argumento (2), en cambio, es que despoja de toda humanidad a los hombres y los torna en monstruos.

Ambos argumentos abrevan en la misma fuente: la Cultura es superior a la Naturaleza. El argumento (1) es –con respecto al componente cultural de lo humano– demasiado optimista, mientras que el argumento (2), por el contrario, es por demás pesimista.   

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