Típico político argentino |
Pero también sucede que la gente
ignora a quienes cree conocer. Ciertamente toda persona tiene derecho a
administrar su intimidad y a separar su vida pública de su vida privada, pero
hay algunas cuestiones que, por más reservadas que parezcan, deberían ser
expuestas a la más luminosa luz: en un país cuyas instituciones funcionasen un
político, sea conocido o desconocido, debería informarle a sus votantes acerca de sus adicciones. Y no es que haya un ánimo inquisitorial en una propuesta
como ésta; lo que hay es, en realidad, el recordatorio de una obligación moral.
Lo que sucede es que las adicciones
suelen ser destructivas. Quien es adicto (adicto a las drogas, adicto al juego,
adicto a la pornografía, etc.) es una persona que ha perdido el control de su
vida y ha convertido a su cuerpo en un mero vehículo para que el parásito de su
adicción pueda crecer.
Los adictos, en buena medida, son
artífices de su destino, pero no son enteramente culpables de ello. El que
sufre una adicción es un enfermo y, como todo enfermo, vale decir como toda
persona disminuida en sus capacidades, merece asistencia médica y psicológica.
Es fácil reconocer cuando una
persona es adicta a una sustancia: alguien que bebe mucho alcohol, que fuma
muchos cigarrillos o que consume muchos psicolépticos, alguien que se
autoimpone rutinas para ingerir esas sustancias, alguien que evita el contacto
con otras personas que pueden llegar a dificultar la ingesta de esas sustancias,
es, sin dudas, un adicto.
Pero no sólo a sustancias se es
adicto, también existen aquellos que se vuelven adictos a actividades. El
poder, por ejemplo, genera adicción. La corrupción también vuelve adictas a las
personas.
Un político que, después de que la rinoscopia le dio positiva, nos diga que ha
hecho del narigueteo de cocaína una actividad permanente, bien debería emplear parte del abultado sueldo que percibe en
desintoxicarse. Del mismo modo un político que ha hecho de su servicio público
una actividad de la cual no puede despegarse sin sufrir abstinencia tendría que
invertir aquello que lo mantiene adherido a su puesto para lograr acabar con su
adicción y devolverle al pueblo argentino lo que le ha quitado. Así Argentina
se volvería una república más justa, así habría una verdadera “democratización”
de la justicia.
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