Alfredo Olmedo y la derecha
Las encuestas que proyectan la
intención de voto para las próximas elecciones dan como ganador a Alfredo
Olmedo en la categoría de Senador Nacional, superando en las adhesiones al
perfecto oficialista (Rodolfo Urtubey) y al perfecto opositor (Juan Carlos Romero). Esta irrupción de un liderazgo distinto para Salta –provincia ya
acostumbrada a tolerar reinados interminables del Partido Justicialista– genera
comentarios de diversa índole.
Uno de ellos –al que me referiré
en lo sucesivo– fue escrito por Daniel Ávalos, un periodista del semanario Cuarto Poder. Ávalos se propone
ningunear la gigantesca magnitud del “fenómeno Olmedo” y por ello califica al
actual Diputado Nacional de “satélite”, quitándole el protagonismo que goza y poniéndolo
al lado de Guillermo Durand Cornejo, bajo las sombras de Urtubey y Romero
respectivamente. Según la opinión de este cagatintas, Durand Cornejo estaría
jugando del lado del romerismo para contrarrestar a Olmedo, quien, a su vez,
habría sido escogido por el oficialismo para generar una oposición domesticada
que acompañe sus proyectos de gestión en lugar de bloquearlos.
Ávalos reconoce diferencias bien
visibles entre uno y otro hombre: Durand Cornejo es un sujeto de modales
refinados, amplia cultura libresca y elaborada elegancia, mientras que Olmedo,
en cambio, es un individuo sencillo, con una gran capacidad para intuir lo correcto
y una campera amarilla que tiene la virtud de amarillecer los corazones de muchos. Claramente estas caracterizaciones nos hablan, por un lado, de un
hombre que responde a la defensa de los intereses de un determinado grupo
social, y, por el otro lado, de un hombre que propone el avance de las
conquistas populares y su armonización con el resto de la sociedad.
Sin embargo un poco más adelante
Ávalos unifica las figuras de Olmedo y Durand Cornejo en un frente común al que
califica de “derecha nueva”. Y esa supuesta “derecha nueva” estaría
desvinculada de los sectores humildes, construida por generación espontánea,
independizada de las castas políticas que permanecen enquistadas en el poder
desde hace décadas, incapaz de expresar algo más que meras opiniones, y deseosa
de convertir a la cosa pública en una actividad privada para manejar los
Estados como si fuesen empresas.
Al parecer lo que el tal Ávalos
hizo fue buscar a alguien que realizó un análisis bastante burdo sobre el PRO
de Mauricio Macri, sólo para atribuirle sus particularidades a Durand Cornejo y
a Olmedo. No sé si Durand Cornejo es un aliado del PRO, pero ciertamente no lo es Olmedo. Y Olmedo ha decidido prescindir de su alianza con Macri para,
directamente, tejer una alianza con la sociedad salteña. Él mismo ha dicho para
justificar su decisión: “¿cómo le explico al salteño que sufre necesidades que
tiene que subsidiar el subte porteño o que tiene que pelear por el Banco de la Ciudad de Buenos Aires?”
Alfredo Olmedo y la izquierda
Lo que más espanta a Ávalos de
Olmedo es que su poder de convocatoria es enorme. Olmedo es una persona que
llega permanentemente al pueblo, pero para Ávalos ello no es ser popular sino
que es simple demagogia; del mismo modo, Olmedo omitió la muchas veces
denigrante escalada del “militante” que va a aplaudir en actos y a entregar folletos
para algún día ocupar un espacio en una lista y consiguió, por el contrario,
involucrarse en política sin tener que pedirles permiso a los que se creen
propietarios de la actividad, mas aún así Ávalos interpreta a ello no como autonomía
sino como acomodo.
Hay otras dos virtudes olmedianas
que Ávalos juzga como si fuesen defectos: su solidez (la misma que lo habilita
a presentar todo un programa político en la hendiatris “Patria, Trabajo,
Familia”, y reclamar soluciones simples a problemas puntuales) y su celebración
de la Libertad
(la que le permite plantear que el Estado existe para facilitarles la vida a
las personas pero no para dirigírselas en cada instancia).
El tal Ávalos se declara “izquierdista”, pero se lamenta de serlo. Sostiene él que Ragone, los
piqueteros y los concejales trotskistas son prueba suficiente de que en Salta
hay cabida para los desvaríos de la izquierda, y pide a gritos un liderazgo
fuerte que pueda conseguir parlamentarios que respondan a las tesis del
progresismo. Lo curioso es que cuando pone su mirada sobre los grupos locales
de izquierda, termina diciendo que o son muy únicos y exaltados o son muy
corrientes y moderados, y nada de ello sirve para aproximarse al poder.
Alfredo Olmedo y el centro
Ávalos se niega a ver lo obvio: Alfredo
Olmedo no es un hombre de la derecha neoliberal a la que denosta ferozmente, ni
de la izquierda socialdemócrata a la que aplaude tibiamente. Olmedo no es un
hombre de derecha ni de izquierda, pero tampoco está más allá de esas
posiciones, sino más acá: es un hombre de centro, pero no del centro neutro,
indefinido y especulador, sino del centro radical.
El centrismo radical combina el
idealismo de la izquierda con el pragmatismo de la derecha, por tanto se está
frente a un realismo que no peca de iluso. El gobierno nacional, los grandes
medios de comunicación y los empresarios plutócratas no son de confiar desde
esta posición, por lo que el federalismo, el verismo y la solidaridad se
vuelven urgentes.
Hoy en día las “sintonías finas”
han probado ser insuficientes para garantizar el bienestar de las mayorías, por lo que es preciso avanzar con reformas
institucionales serias, reformas que no impliquen gastos descomunales sino
combinaciones creativas de ideas sin importar su procedencia. Ante la derecha y
la izquierda se sabe perfectamente qué esperar de cada una de ellas, y es por
tanto en el centro donde la creatividad, la innovación y la renovación
realmente se producen.
Cada vez que Olmedo apela al
sentido común y propone soluciones fuertes a problemas graves (por ejemplo
castración para evitar violaciones, subsidio a las embarazadas y aceleración de
los trámites de adopción para evitar abortos, cupos de aberrosexuales para
desenmascarar su hipocresía, etc.) lo que está haciendo en realidad es sacar a
los argentinos de su zona segura, obligarnos a pensar por fuera de nuestros
límites habituales para visualizar el potencial que inconscientemente oprimimos
debido a una educación defectuosa y a una cultura de la obediencia a Amos
viciosos.
Estamos tan acostumbrados a
darles el voto a los que suponemos “menos malos”, que ya hemos olvidado que
todos somos “la política”, que más allá de ser conservadores o progresistas,
oficialistas u opositores, somos salteños. Mientras Ávalos espera sentado que
llegue su “Príncipe” de izquierda, y mientras los peronistas (aliados a una
fauna bastante grande de coherentistas y contradictores) acaparan los espacios
de participación, nosotros los salteños vemos cómo nuestra provincia se
estanca, y cómo el espíritu del General Güemes es mancillado por profesionales
de la política que sólo se preocupan por pelear por el poder para mejorar sus
vidas en lugar de ocuparse por pelear para poder hacer aquello que mejore la
vida de los salteños.
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