viernes, 25 de abril de 2014

Nuestra Casandra

Casandra, según la mitología griega, fue una profetisa cuyas profecías, pese a ser certeras, no fueron tomadas en cuenta. Ella les dijo a los troyanos los que les pasaría por ir a la guerra, pero los troyanos no la escucharon. 

Hoy en día Argentina tiene su “Casandra”. Esta Casandra a la que refiero era hombre cuando nació, pero ahora es mujer según dice su DNI y su partida de nacimiento. Se podría pensar en nuestra Casandra como un ser andrógino (alguien cuya apariencia exterior no coincide con el sexo que biológicamente le tocó) pero más bien se trata de un hermafrodita. O algo así. 

Sucede que Casandra, un hombre enfermo de sida, vinculado al mundo del espectáculo y la prostitución, embarazó a una mujer. Claro que Casandra no lo hizo del modo en que otros homosexuales famosos lo hicieron: él no alquiló un vientre para que le fabriquen al hijo en un laboratorio y lo implanten en el útero rentado, sino que directamente copuló con una mujer igual a como lo haría un hombre que copula con la esposa para embarazarla.  

La situación es incómoda de aceptar, puesto que es incómoda de imaginar: a un homosexual no le interesan sexualmente las mujeres, empero, en este caso, él busca a una, se encama con ella y la embaraza, no porque la ame ni nada parecido, sino porque quiere tener el hijo que el orden natural le ha negado por haber optado violentarlo permanentemente. A primera vista, esto nos habla de una especie de ser humano egoísta, que niega su propia identidad para gozar de lo que la propia identidad escogida le ha negado. Es como un cristiano que vive según los mandamientos de Dios pero un día decide pecar porque quiere disfrutar de lo que el pecado le concede, o como un policía que un día decide robar porque quiere juntar un botín. Eso es lo más escandaloso del Caso Casandra. 

Que yo sepa nadie, al menos nadie en los medios masivos de comunicación, lo planteo así. Nadie les señaló a este señor Casandra y a su “marido” que lo suyo es una cosa perversa. Casandra, al pasear por programas de radio y televisión comentando lo que hizo, está anunciando que Troya arderá y perecerá, pero nadie la toma en cuenta, nadie quiere creer que semejante tragedia se avecina.  

miércoles, 16 de abril de 2014

Sobre trapitos y limpiavidrios

Observo ya sin sorpresa lo irracional que se ha vuelto la política argentina. El debate porteño sobre los trapitos y limpiavidrios (debate que pronto habrá de nacionalizarse) lo prueba. 

Para exponerlo brevemente: gente del PRO quiere prohibir a trapitos y limpiavidrios penando su actividad –agravando las penas si quienes cuidan autos o lavan ventanillas son miembros de algún tipo de organización que se dedique a ello–, mientras que el kirchnerismo busca lo contrario, es decir los K quieren organizar a trapitos y limpiavidrios para legalizar su actividad.

En este asunto en particular coincido plenamente con el PRO. El trapito y el limpiavidrios no son trabajadores, son mendigos. Sin embargo la mendicidad que ejercen estos sujetos es diferente a la de otros: su pedido de “colaboración” económica incluye coerción, pues si uno se niega a pagar por lo que puede hacer una alarma o un sistema de higienización que muchos autos ya lo tienen incluido entonces uno puede sufrir el daño contra la propiedad o contra la integridad física. Con otro tipo de mendigos no sucede ello, por eso la sociedad los tolera y no discute si prohibirlos o fomentarlos. 

La propuesta kirchnerista, quizás para no sonar tan chocante, sugiere que los trapitos sean fundamentalmente los jubilados, los discapacitados o los miembros o sostenes de familias numerosas. Tal idea, que supuestamente busca beneficiar a los más débiles, termina por agraviarlos: en un país que funcione, un jubilado no tendría la necesidad de estar en la calle vigilando autos ajenos, del mismo modo que a un discapacitado se le daría un puesto en el interior de un edificio y a un sostén de familia numerosa se le facilitaría un empleo digno para que trabaje y críe a los suyos con el ejemplo de la autosuperación. Pero estamos en Argentina: aquí los trapitos y los limpiavidrios figuran, en los índices del Indec, como “trabajadores”. Vivimos, lamentablemente, entre las ruinas de la cultura del trabajo. 

jueves, 10 de abril de 2014

El Estado ausente


Consultado por una radio acerca del fenómeno de los linchamientos, 
Olmedo explicó que es una "explosión de la sociedad" ante la falta de justicia y la repetición de los hechos delictivos. "El delincuente tiene garantizada la libertad, la justicia tiene que actuar por sentido común”, manifestó el salteño.
Lo que el Diputado Nacional (MC) señaló es lo que Sergio Massa había denominado "la ausencia de Estado". Jorge Capitanich le contestó indicando que el Estado no está ausente en nuestra sociedad, porque día a día lleva a cabo una serie de políticas de inclusión. Pareciera ser que Capitanich no escuchó lo que Massa y Olmedo dijeron, porque respondió algo que no se conecta con lo vertido.

Es decir, tanto Massa como Olmedo hablan del castigo: en Argentina, con tanta defensa de los Derechos Humanos, el castigo a los crímenes de los delincuentes se ha vuelto banal. Los malandras entran y salen de las cárceles y las comisarías, y no paran nunca de delinquir hasta que están bajo tierra. Ante esta realidad tan penosa, Capitanich sostiene que el Estado está trabajando para darle al delincuente vivienda, trabajo, educación y salud (aunque toda ella sea de pésima calidad). Se entiende, entonces, que hay dos discursos que hablan de cosas diferentes. 

Yo, en lo personal, coincido formalmente con ambos discursos: a la gente se le debe dar acceso al goce de sus derechos fundamentales, al mismo tiempo que se debe castigar severamente a aquellos que han decidido romper el orden y la paz social.   

Ahora bien, en el caso concreto de los linchamientos creo que éstos se producen, efectivamente, por una ausencia de Estado. El Estado no está allí para salvar al ciudadano que ha optado por devenir un delincuente, por tanto es normal que la gente explote de bronca e indignación, y aproveche para hacer la justicia que sabe que no se hará después. 

jueves, 3 de abril de 2014

Faltó un cero


Ayer:


En 2012:


Lo lógico hubiese sido que, dada la agobiante inflación que toleramos, el billete malvinero de 500 $ que propuso Olmedo hace dos años hubiese devenido hoy en día en un billete de 1000 $. Pero parece que quieren que "el relato" siga creciendo allí en donde la realidad es cada vez más necesaria.