viernes, 1 de agosto de 2014

El doble discurso

La falaz guerra de los sexos

En mayo del año pasado, el Gobernador Juan Manuel Urtubey anunció con bombos y platillos la incorporación a su administración de un travestido que dice llamarse Mary Robles. Se suponía que este hombre cobraría un sueldo del Estado para trabajar en beneficio del pueblo salteño. Así, lo primero que se le ocurrió a este iluminado fue llamar a revisar el Código de Contravenciones de la provincia para que los hombres travestidos puedan ejercer la prostitución en la vía pública sin ser importunados por la policía. Al final unos meses después el propio Robles se desvinculó del gobierno, después de que los funcionarios urtubeycistas le negaran la chequera que creía iba a poseer (aunque la excusa oficial fue que se sintió ofendido cuando una ministra le señaló a Robles que si quería que el Gobernador se reuniera con sus amigotes travestidos procurara evitar hacerlo partícipe de un corso carnavalesco). 

Pues bien, este año Salta no se privó de promover a un nuevo travestido al poder para que éste se encargue de sugerir ridiculeces. Me refiero, claro, a Rodrigo Liendro, un antiguo afiliado al Partido Socialista, que se incorporó al gabinete del Intendente de Salta en el rol de jefe de algo bautizado como “Dirección General de la Diversidad”: desde allí, lo primero que hizo este sujeto fue pedir la abolición de la entrada diferencial en los locales bailables de la capital provincial y su reemplazo por la entrada única. Es decir Liendro exige que hombres y mujeres paguen lo mismo para ingresar a una discoteca, buscando así eliminar la gratuidad de la que normalmente gozan las mujeres en la noche bolichera.

La idea de Liendro fue rechazada por los empresarios del rubro afectado, ya que la consideran una intromisión comunista en un asunto capitalista. Ellos declaran ser libres de imponer los precios que crean convenientes para asegurar la rentabilidad de su negocio. Para Liendro, en cambio, esa práctica es discriminatoria, ya que en su mente la caballerosidad “cosifica” a las mujeres. Las feministas se dejaron convencer por semejante imbecilidad, y por ello se pusieron del lado de Liendro.

De todos modos lo del Director Municipal de la Diversidad es patético, pues subestima a las mujeres. En efecto, alguien debería avisarle que la gratuidad de la entrada no es obligatoria, por lo que si una mujer se siente ofendida por ello nada le impide que desembolse el monto correspondiente en la boletería y “recupere” la dignidad que creyó haber perdido. Si las mujeres no lo hacen, no es porque sean esclavas mentales de una falocracia que hay que erradicar a fuerza de leyes represivas y lavado de cerebros, es porque, simplemente, deciden no hacerlo. La mayoría se manifiesta a favor de algo. Es la democracia en marcha, aunque le pese a Liendro.

Oportunismo

El origen de la propuesta de Liendro es el travestismo: en muchas discotecas dejan ingresar gratis a las mujeres, les cobran una entrada a los hombres, y a los travestidos les hacen pagar un par de pesos de más. Es la manera que un local bailable tiene de seleccionar a su clientela, haciéndole un favor tanto a los que convoca como a los que excluye. Pues bien, esta diferenciación de las personas según su orientación sexual resulta aberrante para los elegebetistas, quienes sostienen que las personas somos todas iguales.

Con esa consigna del igualitarismo, los grupos de presión de invertidos consiguieron hace no mucho que se les levanten las restricciones a los homosexuales para donar sangre en algunas provincias, y estuvieron a punto de lograr que ello suceda a nivel nacional (debido a una ley que aprobó casi con unanimidad la Cámara de Diputados –Alfredo Olmedo se opuso a esa aberración– y que luego, gracias a Dios, durmió en los cajones del Senado de la Nación sin llegar a ser refrendada).

Ahora bien, mientras que los elegebetistas predican la igualdad en unos casos, ellos mismos se encargan de contradecirse en otros. Son escandalosamente incoherentes. Son tan burdos de hecho, que detenerse a ponderar lo que dicen con un mínimo de seriedad resulta una afrenta a la propia inteligencia; sin embargo la moda actual consiste en anularse el sentido común y cercenarse la capacidad de razonar para que se imponga la corrección política.

Y si a alguien le parece que lo que sostengo es errado, basta con recordar que en julio la Asociación de Travestis, Transexuales y Transgéneros de Argentina (ATTTA) le presentó a Matías Posadas, actual interventor del Instituto Provincial de la Vivienda de Salta, un proyecto en el que le demandan al Estado salteño la reserva de un “cupo gay” de las casas que construyen. ¿No es eso una avivada que perjudica a la mayoría a la que los homosexuales y demás ralea pretenden asimilarse?

La mente abierta y la cola cerrada  

En la Argentina, gracias a esas aberraciones jurídicas de la Ley de Matrimonio Homosexual y de la Ley de Adulteración de Género, los homosexuales son percibidos por el Estado como poseedores de idénticos derechos que los normales. Entonces si un hombre al que le gusta que le empepinen la retaguardia quiere una casa construida con dinero público, debe seguir con los mismos procedimientos que sigue cualquier otra persona (debe, ante todo, contraer matrimonio y anotarse en el padrón de solicitantes, ya que la prioridad en vivienda la tienen las familias). Esto, según parece, les resulta chocante a los elegebetistas, que son los mismos elegebetistas que quieren donar sangre e ingresar a discotecas de exactamente el mismo modo en que lo hace el resto de la gente.

Para acabar con este flagrante doble discurso –que lo único que busca es llenar de privilegios a una minoría y, al mismo tiempo, eximirla de sus obligaciones– es necesario que las leyes sancionadas en el último lustro sean severamente revisadas. Eso de permitirles a dos hombres o a dos mujeres casarse y adoptar hijos es un grave error. Sería bueno que alguna comisión especial parlamentaria, algún organismo del gobierno, alguna universidad o alguna ONG desarrolle una investigación detallada sobre el universo de las bodas gays. Es necesario que se nos informe a los argentinos sobre cuántas parejas de homosexuales homologó el Estado, cómo están conformadas dichas parejas, cuántos divorcios ya se produjeron, y datos de esa índole. No creo equivocarme al sostener que la información recabada nos sorprenderían un poco, ya que develarían de qué manera funciona la dinámica amatoria de los homosexuales (la cual es diferente de la de las personas normales), y que precisa, de un lado, de un régimen distinto al de la familia para ser regulada, y del otro, ¿por qué no?, requiere de un tratamiento adecuado para alcanzar su cura. Es así, ante la homosexualidad hay que mantener la mente abierta: hay que investigarla eludiendo los dogmas contemporáneos que buscan bloquear toda discusión acerca de su dimensión patológica, y hay que mantener la cola cerrada para que no se nos escape toda la mierda que pronuncian los que están a favor de esta lamentable violación del orden natural.   

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