jueves, 20 de noviembre de 2014

Ley de Derribo

El massismo impulsa la Ley de Derribo. Alfredo Olmedo destacó que con este sistema existiría la posibilidad de darle una protección real a todas las fronteras del país, fiscalizar el espacio áreo y contribuir enormemente con la lucha contra el consumo y venta de drogas. 

Sin embargo Agustín Rossi, el Ministro de Defensa de la Nación, se opuso fervorosamente a la idea. El kirchnerismo, por tanto, quiere que cualquiera que sea dueño de un avión, una avioneta o un helicóptero sobrevuele el país sin ningún tipo de control. Es más o menos como abrir las puertas de la casa de uno, y dejar que cualquiera -incluyendo a los ladrones- ingresen de manera impune. 

Hoy nos enteramos que en Anta -el mismo departamento en donde el narcoconcejal Arturo Cifre hacía campaña por Juan Manuel Urtubey y Cristina Kirchner- la fortuna quiso que una avioneta cayera por un desperfecto técnico. Cuando llegaron los policías al lugar encontraron dos cuerpos calcinados y al menos ocho grandes bolsas repletas de un polvo blanco, que no era harina precisamente. Lo peor es que, ante la evidencia, un cretino como Rossi sigue opinando igual. Para los kirchneristas a las drogas se las vence con suerte, no con leyes, estrategias ni acción policial. 

martes, 11 de noviembre de 2014

En el nombre del Partido Obrero

Un ciudadano salteño expone la falta de coherencia en el pensamiento del Diputado Del Plá:



Lo destacable aquí es que a Del Plá lo atrapa en su propio juego: la Organización Mundial de la Salud, según él, no tiene un criterio avalado científicamente para saber cuando hay vida, y, aún así, Del Plá no da beneficio de la duda ni sigue el sentido común, pues reclama que el asesinato de personas en el vientre materno sea legal hasta el cuarto mes de gestación. 

¿En qué se basa Del Plá para promover el genocidio abortista? En la literatura feminista que produce el propio Partido Obrero. La ciencia -y él mismo lo admite- no avala sus conclusiones, pero a él no le importa (aunque si le importa invocar a la ciencia cada vez que habla de educación). 

Del Plá padece de lo que padecen todos los miembros de su secta trotskista: negación patológica de la realidad y desconexión casi total con el mundo circundante. Ellos viven en una nube (¿de humo de marihuana?).

En una entrevista a una radio, Del Plá dijo de Olmedo que el Diputado Nacional (MC) es un fraude porque cuando habla y dice lo que dice no lo hace por convicción sino que "sólo se dedica a expresar lo que todo el mundo quiere escuchar". Para este dirigente del PO todo el mundo vive equivocado, entonces alguien que hable como todo el mundo (como el pueblo) o está equivocado o está haciendo demagogia. Tertium non datur. Si Del Plá le prestara el oído a la gente quizás estaría en condiciones de ganar una elección, pero ello haría que deje de hablar del genocidio abortista, de la legalización de las drogas, de los derechos humanos para los delincuentes, etc.

Queda claro entonces que los hombres del PO hablan en nombre de los hombres del PO: son una fuerza política que se representa a si misma, a sus ambiciones, a sus intereses, a sus proyectos. No escuchan a los obreros, menos aún al pueblo. No son salteños, son sólo un grupo de gente que vive en y de Salta. 

domingo, 9 de noviembre de 2014

¿Cárceles argentinas o colonias de vacaciones?

Los valores invertidos

Alfredo Olmedo llamó la atención sobre algo que juzgo fundamental: los presos no van a las cárceles para estar fuera de circulación durante un tiempo, sino para cambiar su mentalidad (porque ellos mismos son responsables del cercenamiento de su libertad y de toda la estigmatización sobre si que ello genera). Sin embargo, en la Argentina de hoy, esta verdad tan elemental parece no cumplirse. ¿La razón? Según Olmedo, los presos de nuestras cárceles no sólo parecen no sentir vergüenza de su condición, sino que además se los ve orgullosos de haberse convertido en criminales. Esto, claro, es una verdadera aberración, producida por una sociedad que ha decidido invertir sus valores.

El problema de la inseguridad tiene dos etapas: la de prevención y la del castigo. De nada sirve que se llene de policías y cámaras de vigilancia al país, si cada vez que un delincuente que es detenido en plena actividad criminal es liberado a las pocas horas. Y cuando sucede el milagro mediante el cual un maleante es enviado a la cárcel, éste descubre que su estadía detrás de los muros puede resultar enteramente placentera si aprende a abusar de sus beneficios (especialmente de aquellos beneficios concernientes a las posibilidades que las cárceles les brindan a sus internos para estudiar y trabajar).

De delincuentes a becarios

De allí que la aparición de un sindicato de presos no sea asombrosa en un país como el nuestro. Avalados por la CTA oficialista, un grupo de malhechores presos armó una corporación de trabajadores para nuclear a todos aquellos que ejercen algún tipo de actividad laboral en el encierro. Estos gremialistas (recordemos que estamos hablando de asaltantes, homicidas y narcotraficantes) consiguieron, por ejemplo, que los presos ganen sueldos superiores a los de muchos maestros. Ese dinero, por supuesto, es dinero del Estado, por lo que queda en evidencia que una unión de delincuentes consiguió extraerle al tesoro público una importante suma para satisfacer sus necesidades durante su encierro –antes de la creación del sindicato, el dinero que un preso hacía trabajando lo cobraba una vez que era excarcelado.

Lo más polémico planteado por este sindicato –inventado por la nefasta influencia de La Cámpora– es que buscan que a los presos se les pague por las mismísimas actividades que hacen en la cárcel a diario, es decir quieren que les paguen por cocinarse, limpiar pisos, tender sus camas, arreglar las radios, alimentar a las mascotas, etc. De ese modo un preso, por sólo habitar en el interior de un penal, debería ser considerado un trabajador multifunción y facturar por ello. ¡Una tomadura de pelo! (Después van a querer pagarles a los presos por trabajar como custodios de la seguridad interna del recinto, haciendo al final que a las cárceles las administren los propios reos y terminen por convertirse en hoteles autogestionados, controlados por condenados que trabajan de condenados.)

Desde esta lógica perversa, se busca que el delincuente no reincida convirtiéndolo en un becario. Un sujeto que amenaza a punta de pistola a otro va a terminar teniendo una vida más fácil y despreocupada que un médico o un ingeniero: tranquilamente se podría plantear que aquel preso que agreda a otro en su condición perdería el sueldo y quedaría en libertad, lo que reduciría el nivel de conflictividad que existe entre internos en las cárceles nacionales.

La cuestión del trabajo

Es evidente a esta altura que lo que se debe discutir es la cuestión del trabajo de los presos en las prisiones y fuera de ellas. Florencia Saintout, una mujer que trabaja en la ciudad de La Plata como concejal pero vive en el interior de una nube de metano, propuso emitir una ordenanza en la que se obligue a los organismos dependientes directa o indirectamente del municipio a que habiliten un cupo del 3% para incorporar a ex-convictos a su plantel de trabajadores.

Convertirse en empleado público en la Argentina es una cuestión relativamente difícil, porque el ingreso está diseñado no para premiar el mérito sino para satisfacer influencias. Saintout, en lugar de proponer que el acceso al plantel de trabajadores del Estado se vuelva más accesible para cualquiera, propone premiar a delincuentes. Así, de prosperar su proyecto, un malandrín va a tener más oportunidades para convertirse en empleado público que un chico que se recibió en un terciario o en una universidad. ¡Una locura!

Un poco más coherente es lo que ha planteado en Salta el Diputado Provincial Emanuel Sierra, un hombre del Frente Plural. Sierra propone que los presos salteños construyan casas de maderas para paliar la crisis habitacional que el gobierno de Urtubey no se preocupa en controlar (recordemos que Sierra es miembro del mismo partido que Matías Posadas, actual interventor del Instituto Provincial de la Vivienda). El problema de esta iniciativa es que se busca que las casas sean precarias, hechas íntegramente de madera para que la gente con menos recursos tenga un techo que los cobije –hasta que una inundación, una ventisca o un incendio los ponga en la calle. La idea, por tanto, es una falta de respeto para la gente que sería beneficiaria de la obra de los presos. 

Ante estos proyectos irrealistas u oportunistas que impulsan los progresistas, es necesario revisar lo que dice Olmedo: el Diputado Nacional (MC) sostiene que una de las industrias que podrían desarrollar los presos es la de la ebanistería, para fabricar y reparar el mobiliario escolar. Creo que a un nivel social (y a un nivel simbólico) lo de Olmedo es mucho más productivo que lo de Saintout o Sierra, ya que no sólo capacita al delincuente en algo que después puede usar fuera de la cárcel, sino que además lo convierte en un elemento de prevención de la delincuencia. Y esa es la idea: la cárcel no está para beneficiar al delincuente, sino para que la sociedad se beneficie de los delincuentes que atentaron contra su paz y su orden.

miércoles, 5 de noviembre de 2014

Los exterminadores

Por estos días se discute la posibilidad de despenalizar el aborto (al cual ahora llaman con el cínico eufemismo de "interrupción voluntaria del embarazo"). Si esto se valida, el Estado estaría legislando a favor del genocidio. No es nada nuevo: en su momento el Estado argentino avaló el divorcio, ese fue el primer gran logro de la Democracia 83 -o de la Segunda República que, sin admitirlo, se fundó en este país (tirando por la borda la República que soñó Manuel Belgrano en 1810 y que diseñó Juan Bautista Alberdi en 1853). 

Antes de que se modificase el Código Civil para permitir los divorcios, existían las separaciones. Entonces, cómo las separaciones existían de facto, a los políticos se les ocurrió que debían existir también de jure. Pero la diferencia entre lo que es de facto y lo que es de jure no debe tomarse a la ligera: una vez que el Estado avala algo, también se compromete a promocionarlo, aunque sea implícitamente. 

En efecto, el Estado no es neutro. Sus leyes transmiten un mensaje a la sociedad. Ahora se dice que se quiere facilitar el aborto no para que toda mujer que quiera asesinar a su hijo pueda hacerlo, sino para que las mujeres que supuestamente mueren por abortos mal realizados clandestinamente tengan una cobertura estatal que les evite el deceso. Antaño se decía que el divorcio no era para romper las familias, sino para que todas esas parejas rotas tuvieran un marco legal para arreglar sus asuntos. Sin embargo la generación siguiente no lo comprendió así, por lo que hoy en día el divorcio no es una opción de última instancia, sino algo de lo más común (y de allí que el nuevo Código Civil facilite cada vez más el trámite de divorcio). Lo mismo ocurrirá con el aborto si se lo legaliza.


Algo que me llama la atención es quienes promovieron esta inciativa: que figuren Alcira Argumedo, Margarita Stolbizer, Victoria Donda, Laura Alonso, Juliana Di Tullio, Mara Brawer, Diana Conti, Carla Carrizo y otras mujeres no me extraña, porque hoy en día esas mujeres piensan que la manera que las de su sexo tienen de ganar poder es a través de la negación de su femineidad; tampoco me asombra que izquierdistas como Pablo López, Carlos Heller o Roy Cortina supongan que por avalar el genocidio son progresistas; pero si me parece preocupante que Omar Plaini, Héctor Recalde, Carlos Gdansky, Víctor De Gennaro y Ramona Pucheta se sumen a la iniciativa, ya que ellos son representantes provenientes de sectores obreros. ¿Acaso estos personajes no escuchan a los trabajadores? Los trabajadores (y los desocupados) son los menos interesados en abortar a sus hijos, las madres del pueblo obrero y campesino son las que más se responsabilizan por los niños que han engendrado. 

martes, 4 de noviembre de 2014

Eduardo Sylvester se equivoca

"La unión Alfredo Olmedo y Romero es una manera de mantener el control del poder que no es el que la ciudadanía espera, una forma de ejercicio de poder que está agotada. Es una mirada hacia atrás de la política."
Me asquea un poco el discurso progresista de Sylvester. "Mirar hacia adelante" parece que se aplica a la política pero no a la historia. Es decir para sujetos como Sylvester no se puede retomar el sendero trazado por el Perón de 1973, por Illia, por Alvear, por Roca, pero si es posible (y hasta necesario) volver a 1976. No se puede recuperar a la República que demolió el populismo, pero si resulta conveniente mantener vivas las heridas de hace cuarenta años atras, y cualquier intento por salirse del discurso oficial es un delito de lesa humanidad. 

Eduardo Sylvester se equivoca: lo que se agotó es el populismo y el revanchismo (que es lo que él defiende), la alianza entre Olmedo y Romero es el renacer de la República y la Justicia. 

sábado, 1 de noviembre de 2014

Leandro Santoro, un enamorado de los delincuentes


Hace unos días Alfredo Olmedo asistió como invitado al programa Intratables de América. Mientras hablaba acerca de qué es lo que se debería de hacer con los presos en este país, lo interrumpió un tal Leandro Santoro, un militante de la UCR que tiene buenas relaciones con el gobierno kirchnerista. Él se presentó como docente universitario y comentó que trabaja en las cárceles. Afirmó que para un presidiario que ha cumplido su sentencia resulta muy difícil la reinserción social, debido a que cada vez que va a pedir trabajo en algún lugar, sus posibles empleadores normalmente lo rechazan.

Olmedo sostuvo que el preso, mientras está encerrado, debe obligatoriamente trabajar y estudiar (y no de manera optativa como sucede ahora). La idea es simple: el que va a la cárcel no lo hace para gozar de vacaciones pagas, va para cambiar su mentalidad, para comprender el valor sagrado del trabajo, para experimentar la vergüenza. Santoro juzgó que todo eso era contrario a la doctrina de los DDHH y que no había que estigmatizar a los delincuentes condenados.

La persona estigmatizada por haber sido un delincuente recibe ese castigo social por sus propios méritos. El delincuente no nació delincuente, eligió ejercer el delito. Es responsable de sus actos. La cárcel, mientras tenga reinsertadores como Santoro, no sirve. El que trabaja en la cárcel con los presos debe inculcarle los valores que el preso no tiene. Así cuando el delincuente sale a la calle y le cierran puertas por su pasado, mantendrá la frente en alto y saldrá a rebuscárselas para sobrevivir sin jamás reincidir en el delito, porque cualquier cosa es más digna para ganarse la vida que robar, amenazar y matar.

La cárcel de hoy no sirve porque es una escuela de delincuentes. Debe ser escuela de ciudadanos: el Evangelio y el Martín Fierro deberían convertirse en los dos libros de cabecera de todo aquel que alguna vez estuvo en un penal. Así el día de mañana los empleadores andarán desesperados por contratar a un ex-presidiario, ya que éste, convertido en una persona con valores, será ejemplo de sacrificio, esfuerzo y entrega.