lunes, 21 de noviembre de 2016

La sinceridad es un lujo

Graciela Quintana escribió un muy peculiar artículo sobre Alfredo Olmedo en Iruya.com. El mismo se titula "Olmedo versus Kosiner"  y es básicamente un elogio hacia Olmedo, cargado a su vez de agravios (como el de calificar al Diputado de haber asumido "posturas misóginas, homofóbicas o autoritarias"). 

Lo que Quintana elogia de Olmedo es su sinceridad, es esa capacidad de decir lo que piensa sin importarle demasiado las consecuencias. El problema de la autora es que cree que la sinceridad de Olmedo no va acompañada de veracidad, por lo que el Diputado sólo diría cosas que piensa pero que no tendrían punto de contacto con la realidad. 

Sin embargo nada más alejado de la realidad. Lo que Olmedo dice suena disparatado porque, justamente, está inundado de verdad, en una época en donde ser veraz está mal visto. Por ello lo que hace Olmedo se llama parresía: hablar con franqueza sin importar las consecuencias de ello. Lo mismo hace Lilita Carrió por ejemplo, con la salvedad que Carrió tiene el obstáculo mental de la corrección política, porque tiene la ambición de la política. Olmedo, en cambio, no es políticamente correcto porque es, básicamente, antipolítico. Ese es su mérito, como el de Donald Trump: no ser un animal político pero estar metido en el mundo de los políticos. 

Por eso le digo a Quintana: hay espacio para ella en el olmedismo, sólo debe empezar a ver a la política desde otros ojos, los ojos del pueblo, para los cuales la sinceridad no es un lujo sino lo más común del mundo. Por ello nos es fácil distinguir lo verdadero de lo falso. 

domingo, 20 de noviembre de 2016

Prohibido prohibir

En el marco del debate sobre la prohibición de las carreras de galgos, Alfredo Olmedo dijo algo elemental, que en un país sumergido en el palurdismo como el nuestro antes era de conocimiento público y hoy suena a un discurso insólito: la esencia del Congreso de la Nación no es la de inventar prohibiciones sobre las tradiciones nacionales.  

En un país donde el asado es uno de los platos nacionales, se avanza con la prohibición de la carreras de galgos (usando el lema #StopGalgueros, si, "stop", así en inglés) y con la prohibición de la riña de gallos (legales hasta hace poco en Tucumán). Si se sigue por esa vía -y los animalistas pretenden hacerlo- en poco tiempo prohibirán los espectáculos de doma de caballos y al pato, nuestro deporte nacional. Y más tarde será delito comer vaca, pollo o pescado. Pero seguramente resultará legal el canibalismo. 

Como parte de la castración espiritual que es impulsada en la Argentina contemporánea, los animales deben ahora correr libres, mientras nosotros -al prohibir y/o perder nuestras tradiciones, nuestro idioma, nuestros alimentos, nuestras decisiones- debemos devenir esclavos. 


viernes, 4 de noviembre de 2016

El valor de la vida

En una entrevista con La Gaceta, Olmedo, entre otras cosas, dijo: 
Y por otro lado voy a ser muy claro y muy duro: la pena de muerte para hombre que mata a la mujer o mujer que mata al hombre. A ver, el hombre que el otro día mató a toda la familia en Mendoza, para qué lo van a sostener, si ya mató a toda su familia. Pido pena de muerte, por supuesto que la justicia se expida y con sentencia firme. ¿Usted lo va a mantener en la cárcel? Hay que pagar todos los meses para sostener más que un delincuente a alguien que ya perdió todos sus valores, yo diría que hasta perdió el valor de su vida. 
Es interesante esto que plantea el Diputado. Uno podría decir que alguien que mató a toda su familia es el más infeliz de los infelices, porque es muy distinto dañar a alguien a quien no se conoce, que dañar a alguien que si se conoce. Sin embargo no faltará aquel que diga que un hombre puede rehacer su vida, que perder a la familia no significa no tener la oportunidad de hallar una nueva. Y Ricardo Barreda es más o menos un ejemplo de ello. 

La diferencia entre el loco Barreda y el loco Aceituno es que, si bien ambos atacaron a sus hijas, en el caso del último se trataban de niñas (mientras que las hijas de Barreda -por las que el odontólogo confesó arrepentimiento de haberlas asesinado- eran adultas). 

Históricamente Olmedo ha estado en contra de la pena de muerte. Este cambio de postura toma ahora como objetivo a un tipo particular de criminal: aquel que asesina a los suyos. De todos modos creo que el Diputado propuso adoptar esta medida, básicamente, por el horror que nos ocasiona a las personas enterarnos de que un padre o una madre daña a los hijos. Porque el crimen pasional es una cosa, pero el infanticidio es otra, y lo último es mil veces más grave que lo primero (yo diría que lo es porque resulta mil veces más imperdonable). 

Creo, por tanto, que Olmedo debería replantear su idea de pena de muerte destinada a los uxoricidas, y reformularla para que alcance a los infanticidas. Es para mi el infanticida el que perdió hasta el valor de su propia vida.