La codicia, la soberbia y el
resentimiento de los kirchneristas logró esta vez llevarse por delante a la República , la misma que
nació formalmente en Tucumán en 1816. Y lo peor fue que sólo lo lograron
gracias a la complicidad de una piara de infames cobardes, que, en lugar de
representar al pueblo que los eligió, representan al Poder Ejecutivo.
Esta reforma, como dice Olmedo, “no
resuelve las cuestiones más urgentes para los argentinos”. Y no lo hace porque su
concepción fue despreciable, ya que no nació para ayudar a derrotar a la atroz inseguridad
que día a día gana las calles y obliga al argentino honesto a vivir con miedo,
sino que nació para zanjar una disputa entre dos bandas de plutócratas.
El Grupo Clarín seguramente
tiembla, y prepara una estrategia (política, social, cultural, económica) para
combatir a la ley diseñada para atacarlos. El problema no es la guerra entre el
kirchnerismo y el Grupo Clarín, sino lo que viene después de que ésta acabe. Como
en toda guerra –una vez que concluye con la victoria para una de las dos partes
en lucha o con un empate– lo que quedan son ruinas. En este caso serán las
ruinas de la República
las que la última decisión de los Diputados nos dejan. Y nos dejan las ruinas
para que habitemos en ellas, cuando hace muy poco teníamos un fuerte edificio en
pie, el cual sólo necesitaba remodelaciones mas no su demolición.
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